La ferretería de mi barrio

Cuando llegué a vivir a este barrio le dije a mi mujer: “mientras no haya una ferretería y una mercería, esto no es un barrio”. Era una broma, pero lo que venía a decir era que se trataba de una zona todavía en expansión a la que le faltaban servicios básicos. Los que no estamos interesados en el bricolaje no creemos que sea importante tener una ferretería cerca, hasta que lo necesitas.

Cuando hicimos una mudanza en el barrio, contraté a un servicio que parecía bastante profesional. Y la verdad es que se portaron bien en todo momento, pero sucedió lo que a ningún equipo de mudanza quiere que le suceda: perder un tornillo de un mueble. En este caso, fue a la hora de desmontar el sofá del salón. Todo correcto hasta que llegó el momento de volver a montarlo en la nueva casa. ¿Dónde está este tornillo?

Como no podían dejar el sofá así nos preguntaron si había algún sitio cerca que vendiese  tornillos y tacos. Por aquel entonces, todavía no teníamos ferretería, así que los pobres chicos de la mudanza tuvieron que ir al pueblo de al lado, a un centro comercial, a buscar el dichoso tornillo. Hasta aquel momento no me di cuenta de la importancia de tener una ferretería cerca.

Cuando pasamos el otro día por este nuevo negocio me fijé un poco en cómo era por dentro: todo reluciente, todo perfectamente organizado. Nada que ver con la idea que yo tengo de este tipo de establecimientos. Recuerdo que en la ciudad de donde vengo la ferretería que estaba cerca de donde yo vivía era un espacio angosto y mal iluminado con un ferretero de gafas caídas, muy profesional, pero bastante adusto.

Y allí iba yo con mi padre cuando necesitaba reponer algún elemento de su pack ferretero. Mientras mi padre hablaba con el propietario, recuerdo vagar por los estrechos pasillo y quedarme mirando la zona de los tornillos y tacos: “¿cómo puede haber tantos diferentes? ¿Por qué no hay un solo tipo de tornillo?”, pensaba yo en mi niñez.

Aunque aquella vieja ferretería tenía su encanto, prefiero la nueva de mi barrio en la que no hay que entrar con mascarilla por el polvo acumulado.