Siempre he admirado a las personas con habilidades manuales, supongo que porque yo no tengo ninguna. Es gente con un sexto sentido para fabricar cosas con las manos y para arreglar objetos en un pispás. Algunos de ellos incluso logran ganarse la vida con estas habilidades: desde artesanos hasta artistas de prestigio.
Uno de mis primeros recuerdos en este sentido está relacionado con la clase de plástica del colegio. No suspendía pero tampoco era un alumno destacado. La falta de destreza técnica se juntaba con mi nula paciencia. Si algo no me salía a la primera, no quería saber nada más de ello.
Cuando estábamos cerca de finalizar un curso, nos indicaron lo prueba final: fabricar un muñeco articulado. Entré en pánico cuando empezaron a explicarnos cómo había que hacer aquella cosa. Se necesitaba bastante material, incluyendo tela, cinta elástica, alambres, etc. Vale, conseguir el material no sería tan complicado, pero juntarlo todo y cumplir con la tarea me parecía imposible. Entonces me puse manos a la obra para buscar una fórmula alternativa: pagaría a una alumna para que hiciera mi muñeco.
Tenía bastante amistad con aquella niña. Era una alumna que estudiaba bien, algo despistada, pero muy despierta para la mayoría de cuestiones artísticas. En la clase de Plástica era de las mejores. No lo dudé: cuando terminó aquella clase me acerqué a ella. “Oye Carmen, ¿qué te parece si te doy 500 pesetas y me haces el muñeco articulado?”. Se quedó unos segundos pensando y me respondió: “vale”.
Semanas más tarde llegó el momento de presentar el muñeco y yo estaba algo nervioso. ¿Y si la niña se había olvidado del asunto? ¿Y si me decía que con el suyo ya había tenido bastante trabajo? Cuando llegó al colegio nos reunimos en el patio. Ella sacó de su mochila el muñeco, con su vestido con cinta elástica y toda la parafernalia. Era un poco peor que el suyo, la verdad, pero me sacó del problema.
Fue la primera vez que ‘compré’ mi aprobado en una asignatura de este tipo, pero no sería la última. Mi relación con la niña artista se hizo más estrecha y yo empecé a despreocuparme de las tareas más complicadas. Eso sí, tuve que ahorrar.