Estoy hasta las narices de mi barrio. Llevo cinco años y ya no puedo más. Pensaba que me podría adaptar pero no. Viví durante muchos años en el mismo barrio en mi ciudad natal y acabé harto también. Debe ser mi forma de ser porque la mayoría de mis amigos que viven en la diáspora matarían por volver. Yo mataría por no volver nunca. Es decir, me gusta visitar de vez en cuando mi tierra… pero que corra el aire.
Lo que yo no podía sospechar es que también me iba a cansar de vivir en otra parte. Mi barrio actual es una especie de ciudad dormitorio con oficinas. Mucho bullicio por semana y ni un alma los fines de semana. La gente coge el coche hasta para bajar a por tabaco (eso si pudieran comprar tabaco, porque no hay ningún estanco en la zona, y eso que viven aquí unas 40.000 personas).
Hace tiempo abrieron una tienda debajo de casa: es una tienda de productos ecológicos. Ahora ya tenemos donde comprar mantequilla sin lactosa. Mi mujer es intolerante y nos viene muy bien. Pero nunca hemos coincidido con nadie en la tienda. No sabemos de qué vive, ya que no creo que les dé para pagar el alquiler con las compras de unos cuantos cartones de leche y la mantequilla.
Lo que sí funciona en el barrio es el yoga y los veterinarios. Como todo el mundo tiene un perro o dos y hace yoga es el negocio ideal para este lugar. De hecho, van abrir una sala de yoga pegadita a la tienda ecológica: se está creando una especie de zona eco en el barrio…
Así que tenemos donde comprar mantequilla sin lactosa pero no tenemos donde tomar una caña, donde comprar un chicle ni el periódico. No hay cafeterías, apenas hay restaurantes, y los que hay o están desangelados o cierran los fines de semana porque viven de los oficinistas de lunes a viernes.
Ahora solo me queda convencer a mi mujer de que cambiemos de barrio: le haré ver que siempre habrá una tienda ecológica cerca que venda productos sin lactosa… aunque no tenga ningún cliente aparte de ella.