La primera vez que pisé la playa de cies fue una experiencia que quedó grabada en mi memoria como un sueño hecho realidad. Desde el momento en que el barco comenzó a acercarse al archipiélago, supe que estaba a punto de descubrir un lugar único. Las aguas cristalinas, el verde de los pinos y las blancas arenas que relucían bajo el sol prometían algo especial, y no me decepcionaron.
Al desembarcar, me recibió un aire puro y fresco, acompañado por el sonido suave de las olas rompiendo en la orilla. La playa de Rodas, conocida como una de las mejores del mundo, era mi destino principal. Su arena fina y casi cegadoramente blanca contrastaba con el turquesa intenso del agua, creando una paleta de colores que parecía sacada de una postal. Mientras caminaba por la orilla, sentía que cada paso me conectaba más con la naturaleza.
Lo que más me sorprendió fue la tranquilidad del entorno. A pesar de la cantidad de visitantes, las Islas Cíes tienen un ambiente sereno y casi místico. La ausencia de hoteles y urbanización refuerza la sensación de estar en un paraíso virgen. Cada rincón está cuidado, como si la isla misma se esforzara por preservar su belleza para quienes tenemos la suerte de visitarla.
No pude resistir la tentación de sumergirme en el agua. Aunque el Atlántico es conocido por su frescura, el primer contacto fue revitalizante. El agua era tan transparente que podía ver pequeños peces nadando a mi alrededor, y, por un momento, me sentí parte del ecosistema que habita allí. Después, me recosté en la arena, simplemente disfrutando del sol y el sonido del mar, sintiéndome completamente desconectado del ajetreo de la vida cotidiana.
Más tarde, decidí explorar un poco más y subir hasta el Faro de Cíes. La caminata fue exigente, pero cada paso valió la pena. Desde lo alto, la vista era impresionante: el océano infinito, las otras islas del archipiélago y, a lo lejos, la costa gallega. Ese momento de contemplación fue la guinda del pastel de un día perfecto.
Mi primera visita a la playa de las Islas Cíes no fue solo un día en la playa; fue una conexión profunda con la naturaleza y conmigo mismo. Volví a casa con la certeza de que ese lugar siempre tendrá un rincón especial en mi corazón.