La pintura a la tiza es una elección acertada en interiorismo gracias a su preparación fácil, carácter inoloro y adaptabilidad a toda clase de superficies. Se utiliza principalmente en muebles, zócalos y objetos decorativos, a los que otorga una apariencia rústica y natural. De ahí que sea una de las pinturas proa de interior con mayor demanda.
En los años noventa, la diseñadora Annie Sloan buscaba una pintura capaz de aplicar a la madera sin necesidad de lijarla y encerarla, y como el mercado no ofrecía nada similar, decidió crearla así nació la pintura a la tiza o chalk paint, como la bautizó su creadora «por su acabado mate aterciopelado». Los decoradores utilizan la expresión chalky y efecto tiza para referirse a este tipo de acabado.
Esta pintura natural se distingue del resto por su fórmula ecológica, con base al agua (sin acrílicos ni disolventes) y un contenido en tiza o carbonato de calcio superior al treinta por ciento. Por tanto, es una de las opciones más sostenibles del mercado.
Respecto a su apariencia, la pintura a la tiza proporciona un acabado suave y mate, con un aire rústico y ligeramente desgastado que se ajusta bien al mobiliario de época, los objetos vintage o las superficies de aspecto informal. Incluso en maderas nuevas, esta pintura proporciona una estética añeja, perfecta para envejecer objetos artificialmente. Además, está disponible en multitud de colores y tonos.
La versatilidad es otra de las virtudes de la pintura a la tiza, compatible con maderas naturales y barnizadas, melaninas, metales como el hierro, telas, vidrios y cerámicas. Su cobertura, aunque óptima, requiere que la superficie sea preparada mínimamente. De lo contrario, las capas no se adherirán bien y su vida útil se resentirá. Porque esta pintura puede, con los cuidados adecuados, conservar su belleza original durante tres a cinco años.