Mi experiencia contratando cuidadoras en Santiago

Hace unos meses, la vida nos puso ante una realidad que, aunque esperada, nunca es fácil de afrontar. Mi padre, que vive solo en su casa de toda la vida en Santiago de Compostela, empezó a necesitar ayuda constante. Una movilidad cada vez más reducida y algunos olvidos hicieron evidente que ya no podía gestionar su día a día sin apoyo. Para mí, viviendo y trabajando en Vigo, la situación se convirtió en una fuente de preocupación constante y viajes frecuentes por la AP-9, sintiendo que nunca era suficiente.

La decisión de buscar ayuda profesional a domicilio no fue inmediata. Primero intentamos organizarnos entre la familia, pero nuestros trabajos y la distancia hacían imposible cubrir todas sus necesidades de forma continua. El sentimiento de culpa por no poder estar allí todo lo que quisiera era enorme, pero también la certeza de que mi padre merecía estar bien atendido y seguro en su propio hogar. Fue entonces cuando empezamos a explorar seriamente la opción de contratar cuidadoras a domicilio en Santiago.

Comencé la búsqueda sumergiéndome en internet: «cuidadoras a domicilio Santiago«, «empresas cuidadoras mayores Santiago», «contratar cuidadora Santiago». Aparecieron muchas opciones: anuncios de particulares, plataformas online, y agencias especializadas con servicios integrales. Dada mi situación, viviendo a más de una hora de distancia, y buscando ciertas garantías (contratos legales, cobertura de la seguridad social, posibilidad de sustituciones si la cuidadora principal fallaba), me incliné por contactar con agencias establecidas.

Llamé a varias. En cada llamada explicaba la situación de mi padre, sus necesidades concretas (ayuda para levantarse y acostarse, aseo personal, preparación de comidas, supervisión de medicación, y sobre todo, compañía y conversación), y los horarios que considerábamos más adecuados. Algunas conversaciones fueron más fructíferas que otras; buscaba profesionalidad, pero también cercanía y comprensión. Me enviaron presupuestos, descripciones de servicios y, en algunos casos, perfiles anónimos de posibles candidatas.

El siguiente paso fue subir a Santiago para tener entrevistas personales con los responsables de las dos agencias que más confianza me habían inspirado. Quería conocer su filosofía de trabajo, cómo seleccionaban a su personal y qué seguimiento hacían. En una de ellas, incluso pude tener una breve charla con una de las cuidadoras que podría encajar con el perfil de mi padre. Más allá de la experiencia y las referencias (que también comprobamos), buscaba esa cualidad intangible: la empatía, la paciencia, una mirada amable. Depositar el cuidado de tu padre en manos de otra persona es un acto de confianza enorme.

Finalmente, tomamos una decisión. Elegimos una agencia que nos ofreció un plan personalizado y nos asignó una cuidadora principal con la que sentimos que podría haber una buena conexión. Gestionaron todo el papeleo, lo cual fue un alivio. Los primeros días fueron de adaptación para todos, pero pronto empezamos a notar la diferencia. Recibir mensajes tranquilizadores, hablar con la cuidadora por teléfono y, sobre todo, ver a mi padre más animado y mejor cuidado en mis visitas a Santiago, fue impagable.

Contratar cuidadoras a domicilio fue un proceso emocionalmente complejo, pero absolutamente necesario. Saber que mi padre está bien atendido en su casa, aunque yo esté en Vigo, me ha devuelto una tranquilidad que había perdido. Es una inversión en su calidad de vida y, sin duda, también en la mía.