Cuando era mucho más joven pensaba que lo de regalar flores era algo cursi y siempre me decía que cuando yo tuviera novia no iba a hacer esa clase de cosas. ¡Qué atrevida es la ignorancia! Cuando uno es adolescente se cree que lo sabe todo, pero lo que pasa es que se tiene poca vida y se conoce muy poco a las personas, ni siquiera a uno mismo. En cuanto mi primera novia me sugirió que le gustaban las flores corrí como un gamo a comprarle una: no esperé ni a San Valentín.
Entendí que las personas necesitan sentirse queridas, que los detalles son lo que marcan la diferencia. Así que con el paso de los años me he hecho un experto en regalos, especialmente en flores. ¡Quién me lo iba a decir a mí! Y cada vez lo intento hacer un poco mejor, intentando ser lo más original posible. Y original no quiere decir necesariamente gastar mucho dinero.
El último San Valentín decidí hacer algo diferente para lo que busqué Ramos de Flores a domicilio en Vigo. Generalmente, ese día yo solía madrugar para darle la flor cuando se levantara y cuando una cosa se repite empieza a perder la sorpresa. Mi mujer ya me conocía y sabía que iba llegar a casa ese día con la flor. Y aunque le hacía ilusión ya no era lo mismo. Por eso, el último año decidí hacer algo un poco diferente.
Aquella mañana yo madrugué, pero no llegué con la flor: fui a correr y llegué a casa haciéndome el sueco. No dije nada de San Valentín y mi mujer sé que se extrañó. Pero no dijo nada ella tampoco. Y nos fuimos a trabajar. Seguro que a lo largo del día mi mujer dudó un poco de mí y supuso que a lo mejor se me había olvidado: un fallo lo tiene cualquiera, ¿no?
Pero yo lo tenía todo atado y bien atado con la tienda de Ramos de Flores a domicilio en Vigo. Cuando llegué a casa de trabajar, mi mujer ya estaba en casa: me miró de reojo y vio que tampoco traía nada: ni flores ni bombones. Solo una media sonrisilla que no sé cómo interpretó. Y cuando ya casi había perdido la esperanza, picaron a la puerta: era su enorme ramo de rosas rojas.