Hay pocas notificaciones que sienten peor que esa carta de la DGT informándote de que tu saldo de puntos ha bajado peligrosamente, o peor aún, que te toca pasar obligatoriamente por el curso recuperación puntos Vigo. Y sí, ese fui yo hace unas semanas, buscando autoescuelas autorizadas aquí mismo en Vigo, con una mezcla de fastidio monumental, vergüenza y resignación. No es plato de buen gusto admitir que has acumulado suficientes infracciones –en mi caso, una combinación de algún exceso de velocidad tonto y, lo admito, alguna mirada al móvil cuando no debía– como para acabar «castigado».
El proceso de inscripción ya te pone en situación: pagar una cantidad considerable y comprometer doce horas de tu tiempo, generalmente repartidas en un fin de semana, para volver a escuchar cosas que, en teoría, ya deberías saber. Llegué el primer día al aula en Vigo sintiéndome un poco como si volviera al colegio, pero rodeado de adultos que compartían mi misma cara de circunstancias. Éramos un grupo heterogéneo: gente joven, no tan joven, hombres, mujeres… todos unidos por la misma «condena» vial.
Las primeras horas fueron densas. Repaso de normativa, señales, factores de riesgo… Mucho de ello ya lo sabes, pero te lo presentan de una forma que busca impactar. Los instructores, al menos los que me tocaron, intentaban hacerlo llevadero, pero no se cortaban al mostrar vídeos y estadísticas crudas sobre accidentes de tráfico. Y eso sí que te golpea. Ver las consecuencias reales de las distracciones, del alcohol, de la velocidad, te obliga a reflexionar, aunque sea a regañadientes. Escuchas testimonios, analizas situaciones y, poco a poco, esa sensación inicial de «esto es un trámite injusto» empieza a matizarse.
No voy a decir que salí de allí convertido en el conductor perfecto ni que las doce horas se me pasaron volando. Fue largo y, en parte, tedioso. Pero sí salí con los seis puntos recuperados bajo el brazo y, sobre todo, con una conciencia más clara de la responsabilidad que implica ponerse al volante. Te das cuenta de lo fácil que es perder los puntos y lo mucho que cuesta recuperarlos, no solo en dinero y tiempo, sino en el recordatorio constante de tus propios errores.
Ahora, conduciendo por Vigo, me descubro más atento, más consciente de los límites y, sobre todo, con el móvil bien guardado. Espero sinceramente no tener que repetir la experiencia. Esas doce horas fueron una lección, forzosa sí, pero lección al fin y al cabo. Y los puntos, ahora, los valoro como oro en paño.