La vida da muchas vueltas y uno no sabe dónde puede acabar. Hace unos años viví una de las experiencias más curiosas de mi vida cuando pasé un año trabajando como vigilante de seguridad nocturno. No tenía ninguna clase de experiencia previa en seguridad negocios, pero pasé un verano como portero en una urbanización.
Un amigo fue el que me animó a aprovechar el verano y sacarme un buen dinero de esta manera. Él llevaba varios años haciéndolo cada verano y cuando llegaba septiembre sacaba pecho porque era el único que no estaba pelado. Así que le copié y me puse en una garita a darle los buenos días a todo el mundo, además de sacar la basura y otras menudencias. Un trabajo bastante sencillo.
Mi amigo trabajó un poco más adelante como vigilante gracias a su experiencia como portero. Y cuando yo necesité trabajo me puse en contacto con él. Llevaba un par de años en un edificio de oficinas trabajando de 8 a 8, doce horas seguidas. Pero a él le gustaba porque pasaba mucho tiempo solo y podía preparar unas oposiciones. Me recomendó a su empresa y me llamaron para hacer un trabajo parecido.
Hice un curso de preparación sobre seguridad negocios y un buen día me planté en el edificio, me puse el traje y allí me quedé. Fueron saliendo los últimos trabajadores y a eso de las 9 de la noche me quedé solo en el edificio, sin más compañía que yo mismo.
Aunque había hablado bastante con mi amigo sobre lo que era trabajar tanto tiempo de noche, y él me había dado ánimos, me costó muchísimo adaptarme. Que sí, que también me gusta pasar tiempo solo, pero aquello era demasiado. Lo primero que pensé es que debía buscar entretenimiento. Las tareas de vigilancia ocupaban muy poco tiempo, así que podíamos pasar el rato viendo películas, por ejemplo.
Durante el año que pasé allí vi a un ritmo de casi 2 películas al día, unas 10 a la semana, además de algunas series. Y también empecé a ver algunos fantasmas… Bueno, eran sombras, pero a mí me gustaba pensar que eran oficinistas fantasmas…