Con respecto al cáncer creo que no hay término medio: podemos olvidarnos de que existe o estar obsesionados con ello. Yo he pasado por los dos estadios: durante la mayor parte de vida le he dedicado muy poco tiempo: solo cuando algún familiar ha tenido esta terrible enfermedad me he dado cuenta de que está ahí, pero pronto lo he tratado de borrar de mi cabeza.
Y es que soy una persona bastante hipocondriaca y no me conviene nada que las enfermedades sobrevuelen mi cabeza. Pero me voy haciendo mayor y en los últimos tiempos el cáncer como idea se ha ‘apoderado’ de mí. Mi abuelo tuvo cáncer de colon recto y ano. Fue un trago para toda la familia. Yo era muy pequeño y apenas lo viví, pero sí recuerdo lo mal que lo pasaron mis padres.
Debido a mi hipocondría me he empezado a obsesionar con todo tipo de cánceres, particularmente con el que padeció mi abuelo, porque en algunos casos podría ser hereditario. Tengo un buen seguro médico (pago una fortuna) y consideré que había llegado el momento de exprimirlo. Empecé a hacerme todo tipo de pruebas para tratar de anticiparme al cáncer.
Buena parte de los médicos que me tratan ya me conocen y saben que soy una persona un poco obsesionada con la salud. Pero, con todo, me han dado la razón: la mejor manera de luchar contra el cáncer es anticipándose, tratando de cazarlo en sus primeras fases, cuando es más fácil tratarlo. Pero el problema que tienen la mayoría de cánceres, como sabemos, es que son difíciles de detectar en esas primeras fases.
De hecho, en el caso del cáncer de colon recto y ano de mi abuelo, el problema vino por un tardío diagnóstico. Mi abuelo llevaba tiempo con dolores, pero nunca le dio demasiada importancia: era un tipo rudo con el umbral del dolor muy alto. Pero en este caso no hizo bien, ya que quizás se hubiese podido hacer más si le hubiese dado la importancia que se merecía. Yo, por mi parte, lo tengo claro: ante todo, prevenir.